jueves, 11 de marzo de 2010

Demasiado contenidos

Recientemente he asistido a un taller promovido por la Asociación de Empresarios del Henares (AEDHE) sobre la web 2.0 y sobre cómo las empresas pueden aprovechar las herramientas que nos brindan estas nuevas tecnologías. Blogs, redes sociales e infinidad de nuevos 'palabros' que prometen aumentar las visitas a nuestra web, mejorar nuestra imagen de marca, y al final, que de eso se trata, vender más.
El taller era impartido por un experto en este nuevo tipo de marketing, que contó muchas cosas en poco tiempo. No sé a los demás, pero a mí me aturdió con infinidad de nuevos conceptos, aunque me hizo intuir que hay un mundo desconocido y prometedor ahí fuera. Un mundo como el que debieron imaginar hace diez años todos los que en acto de fe, o de avaricia, invirtieron el las 'puntocom'.
Más allá de las sensaciones, sí que me quedé con algo que he venido escuchando desde que empecé a interesarme un poco más por Internet y su mundo y que este experto volvió a remarcar: la importancia de los contenidos en nuestros sitios webs y, sobre todo, la importancia de que ese contenido esté vivo y actualizado continuamente.
Los contenidos de los que hablamos son principalmente tres: textos, fotografías y vídeos. En toda la charla no se habló de quien genera estos contenidos, salvo para mencionar por encima el precio de saldo de un profesional, el periodista, y ahondar en la idea de que el trabajo de otro sector profesional, el de la producción de vídeo, supuestamente lo puede hacer cualquiera, animando a los participantes del taller a usar una cámara de vídeo del Carrefour de trescientos euros y producir 15 vídeos en un día.
A mí hay algo en todo esto que no me cuadra. Periodistas y profesionales audiovisuales somos creadores de contenidos, en tanto en cuanto somos quienes los hacemos accesibles, interesantes y válidos para un público objetivo. Somos generadores de contenidos y los contenidos son muy importantes, ergo somos muy importantes. Sin embargo, una vez más estamos haciendo las cosas muy mal. Demasiada gente sigue pensando que somos lo barato, lo prescindible, lo que cualquiera puede hacer. Con estas nuevas tecnologías, hay quien piensa que vale más el soporte que el contenido, el envoltorio que el caramelo. Esta tarta la reparten profesionales cuyo cargo se designa siempre es en inglés y muchas veces con siglas, de manera que casi nadie sabe muy bien lo que hacen, aunque todo el mundo presupone que ha de ser muy importante a tenor de las grandes cantidades que cobran por ello y, obviamente, dejan las migas de esa tarta para los profesionales que -estos ya, al ser menos importantes, se designan en castellano- tiene un claro objetivo: crear contenidos, es decir crearlo todo para que el usuario-cliente tenga una razón para visitar esa web-blog-red-xxx y así la empresa tenga más posibilidades de vender su producto.
Yo no hago fotos bonitas para el regocijo del dueño de "Talleres Pepe", estas fotografías harán que "Talleres Pepe" venda más y yo quiero mi parte de los beneficios.
Conste que no culpo a nadie, salvo a nosotros mismos, pues somos nosotros con nuestros complejos, con nuestra permisividad ante el intrusismo profesional y con un romanticismo mal entendido los que estamos terminando con nuestra profesión.
Yo entiendo al reportero en zona de conflicto y que lucha por una causa mayor como puede ser la libertad de su nación o el final del hambre en el mundo, aquí su sueldo es secundario y no permanece en su trinchera por él. Seguramente eso no se podría pagar con dinero.
Pero en esta partida tecnológica, somos jugadores indispensables y generamos dinero. Si no pedimos lo nuestro, negándonos a trabajar por menos y demostrando lo que se puede hacer trabajando bien, nadie nos lo va a regalar.