martes, 4 de mayo de 2010

Las cosas con alma y las almas con cosa

Estamos en un mundo de superficialidad, de lobos con piel de cordero y de corderos con un extraño liquido, por gracia de las hormonas artificiales, en lugar de carne. Es el mundo del envoltorio y la pulcritud, el aspecto y no la esencia. El marketing se encarga de vendernos algo bien, o de vendernos "nada", siempre y cuando compremos esa "nada" pagando un buen precio por ella.

En realidad este marketing y esta publicidad es algo que necesitamos. Necesitamos desde nuestra ignorancia, estar convencidos de que ese producto que hemos adquirido es el mejor (o al menos el mejor que podemos pagar) cuando en realidad lo ignoramos todo sobre el producto en cuestión ya sean vinos, coches, relojes...etc. Este mismo marketing nos hace creer que tenemos derecho a opinar, a pesar de que hay personas que dedican su vida al tema en cuestión, tras haber leído un díptico o visitado un par de webs donde nuevos ignorantes, endiosados por sus aún más ignorantes adeptos y por ellos mismos, pontifican desde su consanguíneo caldo.
No solo somos ignorantes, eso es normal, no se puede saber de todo: lo peor es que además somos osados, sin pudor e impertinentes. Nos permitimos opinar y decir estupideces en cualquier foro y frente a personas que saben, presumimos de ignorancia cuando tendríamos que intentar aprender y mejorar, siempre con humildad y con los ojos bien abiertos.

El marketing y la ignorancia son los asesinos de las cosas con alma. El marketing porque no triunfas si solo pones los esfuerzos en hacer algo bien, en dotarlo de esencia, de fundamento y de alma. Tu empresa entonces esta condenada al fracaso. Lo importante es poner algo, aunque sea vacío insulso y no funcione y venderlo bien.
La ignorancia porque solo con preparación podemos apreciar algo bien hecho, algo bueno, y nos reiremos entonces de los creadores de eslóganes publicitarios y demás vendedores de mantas.

La consecuencia de todo esto para los que amamos nuestro trabajo y creemos en lo que hacemos sería un desánimo en el que sin embargo no podemos caer: la sensación de estar predicando en el desierto. Hagamos las cosas bien, disfrutemos de ofrecer un buen trabajo a los demás aunque no todos sepan apreciarlo. Dotemos de alma a nuestras fotos si somos fotógrafos, a nuestros platos si somos cocineros y al mismísimo surtidor si trabajamos en una gasolinera (sabéis que mi gasolinero siempre me regala una broma).
El trabajo bien hecho es una recompensa en sí mismo. Para la otra recompensa, la económica, no nos olvidemos de vender. Pero si solo podemos hacer una cosa, vender o crear, estamos ante una decisión importante: que tipo de vida y de mundo queremos.